”Por razones ajenas a Renfe y relacionadas con la
protesta minera, el tren llegará a Gijón con media hora de retraso”, nos
informaron por megafonía a los pasajeros que hace unos días viajábamos de
Madrid a Gijón. Asturias nos recibía con una ráfaga de realidad: La protesta
minera se sentía incluso en un vagón de tren. Ningún viajero protestó. Hubo
algún comentario de solidaridad en voz alta. La unidad que mantienen los
mineros ha despertado simpatías entre otros sectores de la población. Madrid lo dejó claro en la noche del martes, cuando decenas de
miles de personas quisieron acompañar hasta la madrugada a los mineros.
“Esto está siendo duro”, me decía hace unos días en Asturias un minero. “Los encerrados llevan ya más de 40 días bajo tierra. Los de la marcha están cansados, con ampollas. Y nosotros, los que luchamos en las cuencas con lo que tenemos, vemos cómo los antidisturbios entran hasta el corazón de los pueblos”, añadía.
Los riesgos y la dedicación que
están asumiendo miles de mineros son evidentes. Han llegado a esa línea que
marca la entrada de la nada. Se juegan el trabajo, el salario, la permanencia o
no del tejido social en los pueblos de las cuencas mineras, el futuro de sus
hijos y un modo de vida heredado en buena parte de los casos de padres y
abuelos. El Estado no les está buscando una alternativa. Es la mina o la nada.
Y cuando ya se trata del pan, es probablemente más fácil mantener la unión y
asumir ciertos riesgos sin perderse en debates sobre el cómo, el cuándo o el quién es más puro que quién.
Al igual que hiciera el 15m, los
mineros, con su protesta, han escrito una página de la historia de las movilizaciones
en España, en una semana
de recortes que
sin duda se estudiará en el futuro. El gobierno afila aún más su tijera: sube
el IVA, disminuye la prestación por desempleo, suprime una paga extra a los
funcionarios.
La fragilidad de nuestra
democracia es evidente: se suprimen derechos laborales sin consultar a la
ciudadanía a pesar de que las medidas ahora anunciadas no estaban en el
programa electoral de Rajoy. Todo ello en un momento en el que la cifra de
parados se acerca a los cinco millones. De ellos, casi dos millones tiene más de 45 años de edad.
En 2011 58.241 familias se quedaron sin vivienda en un país
con tres millones de casas inhabitadas (en este enlace más
datos). Siete de cada diez jóvenes de 20 a 29 años viven con sus
padres. Según estimaciones de los sindicatos, más de40.000 universitarios no
podrán seguir estudiando por culpa de los recortes, pero los bancos recibirán
60.000 millones de euros de la UE. Casualmente los recortes en cifras
anunciados esta semana son de 65.000 millones de euros.
El coste del fraude fiscal en
España asciende a unos 70.000
millones de euros al
año, es decir, el 23% del Producto Interior Bruto, lo que equivale al
presupuesto total del sistema sanitario español. De ese fraude fiscal
anual, el 72% lo cometenlas grandes empresas y fortunas.
La desigualdad social ha
aumentado en muy poco tiempo. Entre 2009 y 2010 España fue el país de la UE
donde más subió el riesgo de pobreza hasta afectar al 20,7% de la población, y
al mismo tiempo creció el número de millonarios. Un año después el riesgo de
pobreza o exclusión siguió incrementándose hasta afectar al 25,5% de
la población. La brecha entre ricos y pobres crece mientras la minoría que
acumula el poder y la riqueza no sufre la crisis. De hecho en 2011 el sueldo medio en los
consejos del Ibex 35 fue de 7,5 millones de euros, un 5% más que en 2010.
En una época en la que se
socializan las pérdidas y se privatizan las ganancias, en la que los salarios
bajan o se congelan mientras suben las retribuciones de los directivos de las grandes empresas,
queda claro que sigue vigente la división de la ciudadanía entre explotadores y
explotados, entre los
de arriba y los de abajo.
Frente al expolio impulsado por la minoría dominante, el
único muro de contención posible es la unión basada en las demandas
compartidas, en la defensa de los intereses comunes, que son tantos. La otra
opción es que se mantengan las divisiones, la ausencia de empatía, la defensa
de la pasividad basada en el “como esta vez a mí no me toca a mí….”,
mientras nos arrebatan derechos fundamentales. Y así, hasta que lleguemos a esa
línea que anuncia la entrada de la nada, que marca la diferencia entre tener un
futuro laboral y no tenerlo más. Y quizá entonces sea ya demasiado tarde.
En este
sentido, los mineros nos están recordando que solo desde la unidad y la
constancia se puede lograr algo. O al menos, intentarlo. Es en ese recorrido,
en el intento, donde reside la dignidad.