lunes, 6 de octubre de 2014

Revolución de los paraguas-Hong Kong

Un movimiento sin líderes claros
El personaje más conocido de las protestas probablemente sea el joven estudiante de 17 años Joshua Wong, uno de los líderes de Scholarism, que fue detenido el pasado viernes y puesto en libertad el domingo, tras lo cual volvió a ponerse al frente de su organización. Pese a su juventud, Wong es ya un veterano activista: en 2012 lideró una campaña de desobediencia civil en la que cien mil conciudadanos tomaron las calles y consiguieron impedir que las autoridades introdujeran en las aulas hongkonesas un programa de estudios de “educación nacional” diseñado para exaltar las virtudes del Partido Comunista Chino.
Sin embargo, pese a las caras conocidas de Occupy Central y Scholarism, y al igual que otros movimientos ciudadanos recientes como el 15M español o el Occupy Wall Street estadounidense, las protestas carecen de líderes claros y no están organizadas por un solo grupo. Esa acefalía ya ha suscitado las habituales críticas de que el movimiento carece de dirección: el miércoles, el influyente diario South China Morning Post  publicaba un editorial en el que hacía un llamamiento a los líderes de los partidos políticos prodemocráticos para que asuman el liderazgo de las manifestaciones y encaucen sus demandas.
Bajo las exigencias de un Hong Kong más democrático subyace un profundo malestar ante las brutales desigualdades sociales del territorio y la creciente falta de oportunidades para la mayoría de sus habitantes. Hong Kong siempre ha sido próspero y es uno de los principales centros financieros del mundo, pero se calcula que el año pasado 1,3 millones de sus habitantes (el 19,6 %de la población total) vivían bajo el umbral de la pobreza. Hong Kong tiene un coeficiente Gini, que mide la desigualdad de ingresos, de 0,53, el más elevado de todas las economías desarrolladas del mundo.

De colonia británica a colonia china

La brecha entre ricos y pobres no ha hecho más que crecer desde que el Reino Unido cedió en 1997 Hong Kong a China. En 1984, los gobiernos chino y británico acordaron los términos de la cesión del territorio a China, sin ninguna consulta a la población hongkonesa. Para apaciguar los temores de que Hong Kong fuera totalmente absorbida por el sistema político chino, Hong Kong tendría un estatus administrativo diferente al del resto de China, con lo que disfrutaría de una serie de libertades (por ejemplo, de prensa) impensables en la China continental y un Gobierno semiautónomo.
Ese arreglo también beneficiaba al Gobierno de Pekín, que quería convertir Hong Kong en su ventana financiera al mundo. Pero el Gobierno chino necesitaba mantener la colonia bajo control, por lo que mantuvo el sistema colonial de designación del jefe ejecutivo (el gobernador del enclave) y del poder legislativo hongkoneses, y, aunque en 1990 se comprometió a que en algún momento serían elegidos por sufragio universal, no llegó a fijar una fecha determinada y ha evitado la cuestión desde entonces. Desde el traspaso, Pekín hace y deshace a su antojo en la escena política hongkonesa.
Mientras tanto, el Partido Comunista Chino cultivó una fuerte alianza con los oligarcas hongkoneses con el doble objetivo de controlar la economía y, después de las protestas de Tiananmen de 1989, tener fuerza suficiente para desactivar cualquier movimiento prodemocrático que pudiera surgir tras el traspaso. En este contexto, las protestas de estas semanas no son las primeras que se producen desde el traspaso hace 16 años, pero representan el mayor desafío al que se enfrenta el Gobierno chino en Hong Kong desde entonces.

El Gobierno chino y el sector financiero se ponen nerviosos

Las protestas también están afectando a los mercados financieros de toda Asia, y sus efectos incluso se están haciendo notar a nivel global, como no podría ser de otra forma tratándose Hong Kong de la tercera capital financiera del mundo. En este caso, los intereses y preocupaciones del Partido Comunista Chino y las grandes compañías financieras son coincidentes. Ya a finales de junio, las cuatro mayores auditoras del mundo publicaron un anuncio conjunto en varios periódicos hongkoneses advirtiendo del peligro que podía suponer Occupy Central para los mercados financieros.
Pekín ya ha anunciado que se niega a ceder en ninguna de las demandas de los manifestantes y ha acusado a los organizadores de “extremistas” y de servir a “intereses extranjeros”. Pekín reprime duramente cualquier muestra de disidencia y el fantasma de la masacre de Tiananmen en 1989 está muy presente en la mente de muchos.
No obstante, conscientes de que no se pueden permitir un baño de sangre en una capital financiera mundial como Hong Kong, los líderes chinos parecen haber adoptado una estrategia diferente. Descartada la opción de enviar al ejército chino a las calles del territorio autónomo, se cree que el Gobierno chino, liderado por el todopoderoso Xi Jinping, ha ordenado al jefe ejecutivo Leung Chun-ying que no emplee la violencia para sofocar las protestas y que espere a que la población se canse y deje de apoyar al movimiento.
En cualquier caso, las autoridades chinas están haciendo todo lo posible para que no se produzca un efecto de contagio en el resto de China. Los medios de la China continental, todos controlados por el Gobierno, critican invariablemente las protestas en Hong Kong y a sus organizadores; la red social china Weibo censura cualquier comentario sobre ellas y la policía china ya ha detenido a trece personas por apoyar las manifestaciones.
Muchos hongkoneses saben que en estas semanas podría decidirse la posibilidad de que Hong Kong llegue a ser una democracia en el futuro, pero el Gobierno chino también es consciente de que no sólo está en juego su control sobre Hong Kong, sino el mantenimiento del status quo en toda China.