Un movimiento sin líderes claros
El personaje más conocido de las protestas probablemente sea el joven estudiante de 17 años Joshua
Wong, uno de los líderes de Scholarism, que fue detenido el pasado viernes y
puesto en libertad el domingo, tras lo cual volvió a ponerse al frente de su
organización. Pese a su juventud, Wong es ya un veterano activista: en 2012
lideró una campaña de desobediencia civil en la que cien mil conciudadanos
tomaron las calles y consiguieron impedir que las autoridades introdujeran en
las aulas hongkonesas un programa de estudios de “educación nacional” diseñado
para exaltar las virtudes del Partido Comunista Chino.
Sin embargo, pese a las caras conocidas de Occupy Central y Scholarism, y
al igual que otros movimientos ciudadanos recientes como el 15M español o el
Occupy Wall Street estadounidense, las protestas carecen de líderes claros y no
están organizadas por un solo grupo. Esa acefalía ya ha suscitado las
habituales críticas de que el movimiento carece de dirección: el miércoles, el
influyente diario South China Morning Post publicaba un editorial en el que hacía un
llamamiento a los líderes de los partidos políticos prodemocráticos para que
asuman el liderazgo de las manifestaciones y encaucen sus demandas.
Bajo las exigencias de un Hong Kong más democrático subyace un profundo malestar ante las
brutales desigualdades sociales del territorio y la creciente falta de
oportunidades para la mayoría de sus habitantes. Hong Kong siempre ha sido
próspero y es uno de los principales centros financieros del mundo, pero se
calcula que el año pasado 1,3 millones de sus habitantes (el 19,6 %de la población total) vivían bajo el umbral de la pobreza. Hong Kong tiene
un coeficiente Gini, que mide la desigualdad de ingresos, de 0,53, el más
elevado de todas las economías desarrolladas del mundo.
De colonia británica a colonia china
La
brecha entre ricos y pobres no ha
hecho más que crecer desde que el Reino Unido cedió en 1997 Hong Kong a
China. En 1984, los gobiernos chino y británico acordaron los términos de la
cesión del territorio a China, sin ninguna consulta a la población hongkonesa. Para
apaciguar los temores de que Hong Kong fuera totalmente absorbida por el
sistema político chino, Hong Kong tendría un estatus administrativo diferente
al del resto de China, con lo que disfrutaría de una serie de libertades (por
ejemplo, de prensa) impensables en la China continental y un Gobierno
semiautónomo.
Ese
arreglo también beneficiaba al Gobierno de Pekín, que quería convertir Hong
Kong en su ventana financiera al mundo. Pero el Gobierno chino necesitaba
mantener la colonia bajo control, por lo que mantuvo el sistema colonial de
designación del jefe ejecutivo (el gobernador del enclave) y del poder
legislativo hongkoneses, y, aunque en 1990 se comprometió a que en algún
momento serían elegidos por sufragio universal, no llegó a fijar una fecha determinada
y ha evitado la cuestión desde entonces. Desde el traspaso, Pekín hace y
deshace a su antojo en la escena política hongkonesa.
Mientras
tanto, el Partido Comunista Chino cultivó una fuerte alianza con los oligarcas
hongkoneses con el doble objetivo de controlar la economía y, después de las
protestas de Tiananmen de 1989, tener fuerza suficiente para desactivar
cualquier movimiento prodemocrático que pudiera surgir tras el traspaso. En
este contexto, las protestas de estas semanas no son las primeras que se
producen desde el traspaso hace 16 años, pero representan el mayor desafío al
que se enfrenta el Gobierno chino en Hong Kong desde entonces.
El Gobierno chino y el sector financiero se
ponen nerviosos
Las
protestas también están afectando a los mercados financieros de toda Asia,
y sus efectos incluso se están haciendo notar a nivel global, como no podría
ser de otra forma tratándose Hong Kong de la tercera capital financiera del
mundo. En este caso, los intereses y preocupaciones del Partido Comunista Chino
y las grandes compañías financieras son coincidentes. Ya a finales de junio,
las cuatro mayores auditoras del mundo publicaron un anuncio conjunto en varios
periódicos hongkoneses advirtiendo del peligro que podía suponer Occupy Central
para los mercados financieros.
Pekín
ya ha anunciado que se niega a ceder en ninguna de las demandas de los
manifestantes y ha acusado a los organizadores de “extremistas” y de servir a
“intereses extranjeros”. Pekín reprime duramente cualquier muestra de
disidencia y el fantasma de la masacre de Tiananmen en 1989 está muy presente en la mente de muchos.
No
obstante, conscientes de que no se pueden permitir un baño de sangre en una
capital financiera mundial como Hong Kong, los líderes chinos parecen haber
adoptado una estrategia diferente. Descartada la opción de enviar al ejército
chino a las calles del territorio autónomo, se cree que el Gobierno chino,
liderado por el todopoderoso Xi Jinping, ha ordenado al jefe ejecutivo Leung Chun-ying que
no emplee la violencia para sofocar las protestas y que espere a que la
población se canse y deje de apoyar al movimiento.
En
cualquier caso, las autoridades chinas están haciendo todo lo posible para que no se
produzca un efecto de contagio en el resto de China. Los medios de la China
continental, todos controlados por el Gobierno, critican invariablemente las
protestas en Hong Kong y a sus organizadores; la red social china Weibo censura
cualquier comentario sobre ellas y la policía china ya ha detenido a trece
personas por apoyar las manifestaciones.
Muchos
hongkoneses saben que en estas semanas podría decidirse la posibilidad de que
Hong Kong llegue a ser una democracia en el futuro,
pero el Gobierno chino también es consciente de que no sólo está en juego su
control sobre Hong Kong, sino el mantenimiento del status quo en toda
China.